Desde bien pequeños hemos escuchado la expresión “la vida pende de un hilo”, seguramente para enseñarnos que términos como “seguro” y “robusto” pueden dar al traste en cualquier momento y por las causas más variadas que podamos imaginar. Una enfermedad, un golpe de fortuna, un desastre natural, o quizás un virus llamado Covid-19, ¿Quién sabe?.
Lo cierto es que, con la llegada de la revolución digital, de la tecnología y de internet; la era de la ultraconectividad ha traído más fragilidad aún a nuestras vidas, que ahora también penden de un clic.
Cada día recibimos noticias de instituciones, públicas o privadas, de gran importancia y envergadura, que son víctimas de ciberataques. Y el primer pensamiento inevitable al enterarnos es “si a estos les han secuestrado los servidores con la seguridad que tienen, ¿Qué no harán con uno pequeño?”.
En efecto. Haremos bien pensando y repensando esa idea. Y de paso poniendo cuantas barreras podamos dentro de nuestras posibilidades para que no nos toque. Porque si nos toca las consecuencias pueden ser desde catastróficas hasta irreparables.
Y es que las nuevas tecnologías nos han traído infinidad de alegrías, de nuevos métodos de trabajo y de conocimientos, con el noble fin de mejorar la calidad de la vida de la humanidad. Pero como siempre ha pasado en la historia, todo puede ser bueno o malo, dependiendo de la voluntad con la que se use. Y, puesta en manos de desalmados, estamos aprendiendo a sufrir nuevas modalidades de delitos a las que no estábamos acostumbrados y que son mucho más dañinos que los analógicos, los convencionales. Pues antes nos robaban la cartera, el bolso, el coche o la casa. Pero todo se recomponía. Ahora nos roban la vida, que generalmente está guardada en una caja, poco más grande que una de zapatos, llamada “servidor”. Y en algunos casos, los más avanzados, su vida está “en la nube”.
Hace unos días le ocurrió a un amigo, titular de un despacho. Otro generador de riqueza y de empleo. Uno más de los imprescindibles, que siempre son pocos.
Y su experiencia me ha llevado a dar un nuevo repaso a nuestra fragilidad. Quienes nos dedicamos a prestar servicios, y en especial aquellos que prestamos servicios profesionales, tenemos literalmente nuestras vidas guardadas en una caja. Pero además es una caja a la que acceden a diario muchas personas, nuestros empleados, informáticos, además de Windows, Java, e infinidad de servicios que casi desconocemos y actúan a nuestras espaldas. De manera “transparente” lo denominan.
Pues bien, solo hay una conclusión posible como vacuna. Lograr mentalizar a todos aquellos que tienen acceso a la caja del esmero y cuidado que hay que tener para que nada pueda entrar en ella y perturbar nuestras vidas de forma irremediable.
Y por supuesto, hacer un repaso exhaustivo de quienes nos proveen de tecnología, investigarlos y ver si son dignos de nuestra confianza, de que van a estar a nuestro lado, ayudándonos, si se da una circunstancia tan indeseable como un ciberataque.
Porque no debe haber peor sensación que la del desamparo de tu principal proveedor de tecnología, que tras llevar años convenciéndote de que es tu “partner de confianza” y cobrando puntualmente por serlo, te da la espalda cuando más lo necesitas, cuando requieres su ayuda para recomponer los daños causados por los ciberdelincuentes en tu caja. Eso no se le hace a un partner.