Entrevistamos a Mª Lluïsa Magaña Esmerats, actriz, directora de doblaje y apasionada por su trabajo. Miembro del consejo de administración de Aisge, para la delegación de Barcelona.
¿Cuándo empezó a hacer doblaje? Háblenos de su trayectoria profesional
Empecé hacia el año 1986, después de pasar por la primera escuela de doblaje que hubo en Barcelona. Con el nacimiento de TV3 en 1983, Canal Plus en 1990, Tele 5, y el boom del video, hubo una gran demanda de actores por la cantidad de trabajo que se generó. Mi primer un año como profesional fue en el departamento de producción de un estudio de doblaje en el que Joan Pera era el director artístico en ese momento. Tuve la oportunidad de combinar la producción con la intervención como actriz en diferentes producciones. Podríamos decir que Joan Pera fue mi mentor y maestro en mis inicios. Fue un año muy intenso pero aprendí la profesión desde un prisma que de otro modo no hubiera sido posible. Vi trabajar a grandes actores que fueron un referente para mí, un ejemplo a seguir desde el punto de vista ético y profesional. Pasado ese primer año, me lancé a trabajar únicamente de actriz, dado que mi objetivo era ése. Fueron años en los que hice desde dibujos animados a documentales o películas. Al poco tiempo se me pidió que dirigiera y después de pensarlo mucho di el paso y combiné la dirección de doblaje con mis intervenciones como actriz, condición sine qua non, ya que no quería abandonar la interpretación.
¿Qué cualidades ha de tener un buen doblador?
En mi opinión el requisito más importante es ser actor. Partiendo de la condición de actor en su más amplio sentido, si bien es cierto que es necesario tener retentiva, dicción impecable, buenos reflejos, agilidad mental, dominio y control de la voz, quizá lo que caracteriza esta vertiente del mundo actoral es la capacidad mimética, es decir, abandonar tu «yo» para ponerte al servicio del actor, imitando lo mejor posible el carácter, la cadencia, la intensidad, la dulzura, la fuerza, etc. Un buen ejemplo, ya que he hablado de mi admirado Joan Pera, sería el doblaje de Woody Allen. Joan es un muy buen actor de teatro, de televisión, de cine y de doblaje. En el caso de Woody Allen, Joan imprime ese carácter dudoso, inquieto, cómico, que habla sin parar, como a saltitos, siempre dudando, de una manera magistral, dejando a un lado su forma de ser y poniéndose al servicio del actor al que dobla. Y todo esto sujeto a la técnica de sincronizar el texto con los movimientos de los labios, etc. La combinación del hecho artístico de interpretar y el de sincronizar es casi un juego de magia en el que el éxito del resultado depende de la habilidad del actor en engañar la vista del espectador.
¿Qué le aconseja a alguien que empieza a ser un doblador profesional o que quiere serlo?
Si está empezando le aconsejaría que sea genuino, que se divierta y disfrute su trabajo porque eso revierte en el resultado y que no tenga prisa, todo llega. A alguien que quiera iniciarse le diría que es básico formarse como actor y que se especialice tomando clases prácticas de doblaje. Actualmente hay buenas escuelas. Es muy importante que no dé por finalizada su formación por el hecho de haber conseguido penetrar en el mercado laboral. Hacer teatro, reciclarse, hacer cortometrajes, leer poemas, todo contribuye a un mejor resultado actoral en el recorrido personal.
¿Qué prefiere, doblar o ser directora de doblaje?
Esta es una pregunta de difícil respuesta, para mí. Por supuesto, por encima de todo soy actriz y lo que más me gusta es la interpretación y el reto que supone doblar a actrices que por físico o edad son absolutamente distintas a mí. Pero la dirección me gusta por lo de ver el producto en toda su dimensión, imaginarlo con las voces de nuestros actores y acompañarlos en ese camino de construcción, rigor y fidelidad a la versión original.
¿A qué actriz le gusta más doblar?
He de decir que me gusta mucho doblar a Maya Rudolph, a quién he doblado en catalán, y en algunas ocasiones en castellano; a una muy buena actriz nuestra, Belén Constenla, a la que doblé en una serie del gallego al catalán, etc. Me encanta doblar y en general siempre encuentro algo que me admira de la actriz a la que doblo.
¿Qué es lo que más le gusta de su profesión?
Quizá lo que más me gusta es la ausencia de rutina que conlleva nuestro trabajo y la incertidumbre, aunque parezca contradictorio. Es un arma de doble filo, porque llegamos a sala sin conocer nada del personaje que vamos a doblar pero al mismo tiempo es un reto enfrentarse a ello y tratar de sacar en ese espacio de tiempo lo máximo de uno mismo. Y a nivel de dirección, cada película o serie es un proyecto que muchas veces parece una cima inalcanzable, pero que poco a poco vamos construyendo y va cogiendo forma, hasta conseguir que sea un producto digno. Ver crecer a los personajes con su nueva voz pero transmitiendo el mismo carácter del original es muy satisfactorio. El trabajo previo al doblaje de una película por parte del director requiere un tiempo de reflexión e imaginación en el que la elección adecuada de los actores es importantísima ya que de ello depende el resultado final. Esta labor tan invisible es para mí, también, un placer personal que culmina cuando veo y vivo el resultado final en sala.
¿Y lo que menos?
La inseguridad. A los actores se nos contrata por obra, así es que, en cuanto terminamos nuestro papel volvemos a estar parados, a la espera de una llamada telefónica que solicite nuestra colaboración. Lo cierto es que el doblaje tiene un flujo de trabajo superior al del teatro o el cine, en donde el actor trabaja intensamente en una obra o película, pero en cuanto finaliza queda de nuevo a la espera. La industria del doblaje tiene una estructura de mercado más amplia y su oferta de trabajo es más elevada y con las series, por ejemplo, ofrece una continuidad que da al actor sensación de seguridad por un tiempo. Otro aspecto de esa inseguridad es el hecho de ser mujer: las actrices por norma general tenemos menos trabajo, hay más personajes masculinos que femeninos en la mayoría de producciones, y también pagamos caro el hecho de hacernos mayores. El mercado es cruel con el paso del tiempo y solo algunas mujeres trabajan con asiduidad a partir de una edad. Si observamos la edad de las mujeres en las películas veremos que sigue primando una edad determinada, y aunque nuestra voz no envejezca, el mercado desea voces que correspondan a la edad de las actrices. Esto no sucede con los actores masculinos a los cuales no se les exige la edad, solamente que el registro sea creible.
Con todo quiero lanzar un elogio a esas mujeres que resisten la presión de los cánones de belleza y edad y que siguen luchando por estar en los producciones importantes a pesar de no ser un símbolo sexual, dígase Glen Close, Meryl Streep, Diane Keaton, Susan Sarandon, etc. Las actrices de doblaje notamos mucho esto ya que nuestro trabajo desciende de manera sustancial, el número de mujeres que doblan con más o menos frecuencia queda reducido a estas actrices de primera línea que resisten.
¿Por qué el doblaje a veces es considerado como una especialidad menor dentro de la profesión de actor? ¿Cree usted que tiene la consideración que se merece?
La verdad es que esta consideración de especialidad menor no me atrevería a pontificar de donde procede. Es un tema delicado porque la subjetividad del gusto por una u otra cosa es tan amplia, etc. Quizá ese halo alrededor del doblaje que pone en cuestión su existencia influya en la consideración de menor. Normalmente sucede que los muy cinéfilos no son partidarios del doblaje, o hasta los hay que abominan del doblaje. Es un tema muy polémico y creo que no llegaríamos a ninguna conclusión objetiva. Particularmente, opino que en el doblaje se han vertido argumentos inciertos para defender la versión original y eso influye en esa opinión de especialidad menor. Y yo creo que han de coexistir las dos versiones porque en estos momentos en los que la tecnología nos permite escoger, hemos de dejar que el espectador escoja la versión que prefiera. Añado a esto que se ha de tener en consideración los colectivos de personas mayores que no pueden seguir los subtítulos por la dificultad que a ellos les supone, las personas invidentes que dependen totalmente de la versión doblada, las personas que sí son partidarias del doblaje, las películas que por sus características específicas, tómese como ejemplo «Buenas noches y buena suerte», en la que los personajes hablan todos al mismo tiempo, lo cual impide que los subtítulos reflejen todo lo sucedido y no se pueda seguir bien el hilo argumental de la película. Hago hincapié en todo esto porque creo que va unido el hecho de abominar del doblaje y de considerarla una profesión menor.
Respondiendo a la segunda parte de la pregunta, seguramente no tiene la consideración que se merece dentro y fuera del sector. Las características que demanda poder cumplir los requisitos para hacer doblaje no siempre se cumplen y por ello no es comprendido por aquellos que no acaban accediendo y eso crea sensación de injusticia y de colectivo cerrado. Por otro lado, es un trabajo anónimo y según mi opinión así debe de seguir. Pero quizá ello no sea bueno para su consideración, ya que se desconoce la dificultad y el trabajo que supone hacer BIEN un doblaje.
Usted es delegada de Aisge. ¿Qué hace esta asociación y cuáles son sus funciones en ella?
Aisge es una entidad que gestiona los derechos de voz e imagen de los actores. De ella nace la Fundación Aisge que se encarga de proteger y acompañar a los actores con dificultades económicas por cuestiones de edad, enfermedad y demás perjuicios. Ejerce una asistencia y seguimiento continuado que los actores valoramos muchísimo ya que la gestión es muy buena y está muy cuidada. Aisge ha estado presidida los últimos años por Pilar Bardem de modo ejemplar, y esa última legislatura por Emilio Gutiérrez Caba, ejemplo de honestidad y ética profesional. Mis funciones son representar la delegación de Barcelona en el Consejo de Administración junto a su Presidente Sergi Mateu y Mercè Managuerra, delegada también por Barcelona.
¿Cree usted que el doblaje tiene larga vida?
La verdad es que actualmente hacer cualquier prospección de futuro asusta un poco, vivimos a una velocidad de vértigo y los cambios son imprevisibles. Con todo, creo que el doblaje tiene unos cuantos años de vida, todavía, yo espero que sean muchos. La cuestión es por qué nos preguntamos si el doblaje tiene larga vida, y en cambio nunca nos cuestionamos las traducciones de autores extranjeros. ¿El doblaje no es una traducción interpretada? ¿Somos capaces de leer a Goethe, las poesías de Rilke o de Walt Whitman, por no decir a Shakespeare en su lengua original? ¿Nos preguntamos si hay que dejar de traducir? El doblaje siempre está sujeto a este cuestionamiento, de ahí que nos preguntemos acerca de la duración de su vida.
Cambiando de tema, este año ha salido publicado un libro que han escrito usted y su hermana Marta Magaña, «La chocolatina» que habla de todo el proceso de recuperación y superación de su hermana después del accidente de moto que sufrió hace más de 30 años. ¿Podría comentarnos un poco cómo ha sido el proceso de elaboración y escritura del mismo?
Mi hermana Marta tuvo un accidente de moto muy grave del que logró salir con vida, pero las múltiples lesiones craneoencefálicas le arrebataron parte de su pasado y esto la sumió en un estado de confusión muy difícil de soportar. Tras muchos años de luchar para recuperarse física y mentalmente un día decidió ponerse a escribir. Ahí empezó un largo proceso en el que entré yo para ayudar a Marta a ordenar esos pensamientos que aparecían de manera intermitente y desordenada. Pasamos ocho años teniendo encuentros semanales en los que ella me mostraba lo que había escrito, yo le pedía que me explicara qué había tratado de decir en esos textos, ella me repetía y aclaraba lo que pretendía contar y seguidamente yo revisaba, reordenaba y lo reescribía. Eso que al principio era una manera de organizar y recuperar recuerdos que no salían a la luz, acabó siendo una terapia que logró sacar a Marta de ese caos y confusión, además de la recuperación de gran parte del pasado perdido en el accidente. Se convirtió en libro gracias a la sugerencia de Vicenç Segarra, el fisioterapeuta responsable de Marta en el Instituto Guttmann, que insistió en la necesidad de compartir esa experiencia para poder ayudar a personas en situaciones similares. La verdad es que estamos muy satisfechas del recorrido que está haciendo «La chocolatina», ya que su edición se realizó a través de la Librería Bernat, de la cual es socia Mercedes Milá, y ella misma nos ha hizo una gran promoción, empezando por difundirlo en Salvados y en TV3.