Que vivimos inmersos en una revolución tecnológica cuyo final no conocemos es algo que, a día de hoy, no se nos escapa prácticamente a nadie. No hace falta ser un visionario para intuir que el futuro más cercano poco tendrá que ver con el presente o el pasado inmediato. Más bien al contrario, habría que estar ciego para abstraerse de la realidad que nos rodea y no ser conscientes de que quien se quede quieto, quien no reaccione a lo que está ocurriendo, desaparecerá inevitablemente de los circuitos empresariales. Se lo llevará la corriente.
Participo en varios foros de despachos profesionales apasionados por las tecnologías y los tremendos cambios que éstas han provocado ya en nuestra forma de trabajar. Personalmente ya no concibo prestar un servicio de asesoría contable sin que más del cincuenta por ciento de la contabilidad sea generada por aplicaciones informáticas, sin necesidad alguna de que intervenga un técnico contable en su ejecución. Es la magia aplicada a nuestro trabajo cotidiano. Ahora el contable no contabiliza, analiza, hace prospecciones, revisa y asesora al cliente.
Lo mismo está ocurriendo en el ámbito tributario. La llegada de las nuevas tecnologías al sector de los despachos profesionales ha traído como invitados a nombres hasta ahora desconocidos entre nosotros, Big Data, Business Intelligence. Nuevas e increíbles formas de trabajar la información con rapidez, exactitud y precisión. Ya circulan por el mercado aplicaciones que empiezan a ser capaces de interpretar sentencias. Increíble y apasionante.
Pero la pasión se desvanece cuando nos damos de bruces con la realidad. Y la realidad es que todas esas herramientas juegan en los dos lados de la mesa. Esas herramientas que nos hacen felices a los asesores que pensamos en el futuro, también son usadas por la Agencia Tributaria para mejorar su capacidad de abarcar y gestionar la información sobre los contribuyentes. Y por tamaño, por capacidad y por “principio de legalidad” las usará con más intensidad y precisión que lo podamos llegar a hacer nosotros nunca.
Este año entra en vigor el Sistema Inmediato de Información del IVA. Un arma al que la Agencia Tributaria no está dispuesta a renunciar por la ingente cantidad de información que pondrá en sus manos. Solo 62.000 empresas, las primeras obligadas a utilizarlo, informarán sobre el 80% de la facturación nacional desde el 1 de Julio.
La norma prevé que, entre los innumerables datos que hay que aportar de cada factura, se incluya un campo «Descripción de la operación» de 500 caracteres, donde habrá que «narrar» qué tipo de operación es la facturada. Pregunté a un experto de la Agencia Tributaria el motivo de este campo y la respuesta fue definitiva: «Estamos pasando del análisis masivo de datos al análisis en detalle. Esas palabras que el obligado tributario incluya en ese campo serán analizadas por nosotros».
Hace unos días me han comentado la existencia de un nuevo método para controlar la fiscalidad de bares y restaurantes. Comparar los datos declarados con los datos que la Agencia Tributaria reciba de las operadoras de telefonía móvil. Todos sabemos que hoy en día estar sentados en la terraza de un bar no es intimidad, bien al contrario. Nuestro smartphone nos está delatando a través de la señal de ubicación. Pues bien, si el empresario de restauración no declara lo suficiente puede tener problemas para justificar la falta de clientes si la inspección tributaria tiene los datos de concurrencia de público en sus instalaciones a través de las operadoras de telefonía móvil.
Y a todo esto, la preocupación que me asalta es: ¿Usará noblemente la Agencia Tributaria todas estas herramientas para descubrir a los verdaderos defraudadores? O ¿usará perversamente estas herramientas para drenar más aún los bolsillos de los contribuyentes ya controlados, cosa más fácil, cómoda y rentable?
Porque lo primero sería plausible y fomentaría la colaboración de todos en el reparto de los costes del Estado, pero lo segundo sería fatídico y representaría el éxito de aquellos que pudieran abstraer sus actividades a la revolución tecnológica.
Quiero bien pensar que harán lo primero. Pero el día a día me obliga a temer que hagan lo segundo.