Es bien sabido que nuestra memoria es frágil, y especialmente que desea olvidar aquello que nos ha supuesto sufrimiento. Es un mecanismo de autodefensa del ser humano.
Pero en el ámbito profesional no debemos dejar pasar los malos momentos y los malos procedimientos sin hacer un análisis de los mismos para intentar que no vuelvan a ocurrir, o al menos afrontarlos en el futuro bajo una perspectiva menos dañina para nosotros.
¿Qué ha pasado? ¿Por qué ha pasado? ¿Cómo podemos mejorarlo?
Son las tres preguntas mágicas que nos ayudan a vivir en “modo Beta” o de mejora continua.
Aunque los fiscalistas, o casi todos, hemos disfrutado de unas más que merecidas vacaciones y volvemos con las baterías cargadas para afrontar un nuevo curso; no debemos olvidar cómo han funcionado este año las Campañas de Renta y Sociedades 2020.
Tengo muchos amigos en el sector con los que comparto opiniones y vivencias. Si todos hemos tenido la misma sensación en estas campañas, llego a la deducción de que yo no soy más torpe que los demás, que seguro que sí, sino que hay elementos externos que nos han superado.
Sin paños calientes. Las campañas de Renta y Sociedades han sido un verdadero infierno en cuanto a informática se refiere.
Y mi teoría es que en este horror que hemos vivido hay varios actores implicados, sujetos activos, intermedios y pasivos del suplicio vivido.
Entre los sujetos activos está sin duda la Agencia Tributaria, cuyos departamentos informáticos han venido realizando desarrollos y modificaciones en los programas hasta ultimísima hora del vencimiento del plazo de presentación de declaraciones. Muy probablemente a causa de los parones obligados por el confinamiento y otros daños colaterales del Covid-19. Aunque los demás hemos trabajado tanto o más que en la pre-pandemia.
Entre los intermedios se encuentran las empresas de software que desarrollan los programas informáticos que utilizamos los fiscalistas para cumplir con las obligaciones legales de nuestros clientes. Ellos están en medio, dependiendo de los informáticos de la AEAT para adaptar los ficheros a sus programas y poder hacérnoslos llegar.
Y como sujetos pasivos sufridores…Nosotros, siempre nosotros. Aquellos que ponen todos sus conocimientos técnicos al servicio de empresas y ciudadanos para que estos cumplan con sus obligaciones tributarias en las mejores condiciones de seguridad jurídica. Los mismos que tienen que asumir su responsabilidad civil profesional cuando algo no está bien hecho y no es por culpa del cliente.
Y la relación de causa efecto es muy sencilla:
Retraso y errores en software de la AEAT = Retraso y errores en software de los proveedores = Errores en declaraciones = Sanciones de las que responden los fiscalistas.
Y como nuestra profesión es la única que no puede dar un trabajo por bien hecho hasta cuatro años después de haberlo realizado, sería bueno que no olvidáramos ninguno el carácter demoniaco de estas dos campañas.
Porque no quiero pensar que esto se pueda convertir en una normalidad para los años venideros. Y mucho menos quiero pensar que esto sea una pérfida estrategia de la AEAT para generar recaudación por sanciones a futuro, conscientes de que en estas condiciones de trabajo los errores están garantizados.
Quizás algún día deberían unirse Colegios Profesionales, Asociaciones Profesionales y otros colectivos cuyo objeto es proteger y dar calidad a la profesión de Asesor Fiscal; y todos a una hacerle ver a la AEAT que somos un intermediario necesario entre sus funcionarios y la población en general. Tan necesario que solo con nuestro trabajo se explica que España tenga uno de los ratios más bajo de funcionarios de hacienda por habitante de la OCDE. Está claro que, si esto es así y funciona, mal que bien, es porque los fiscalistas sacamos mucho trabajo que no nos correspondería realizar. Pero ya que lo realizamos, no nos pongan palos en las ruedas.